Los preescolares como lectores


La influencia de los padres en el fomento a la lectura

Hay cierta magia especial cuando nuestros padres nos cuentan cuentos... el relato transcurre con una dosis de ternura, locuacidad, complicidad y entusiasmo. Y la misma relación afectiva contribuye a dotar a la narración de una esencia que el niño percibe, disfruta y más adelante será capaz de imitar para contar sus propias historias. Por otra parte, no podemos hablar de lectura y dejar de lado otros elementos que contribuyen al desarrollo del lenguaje del niño: escuchar, hablar, leer y escribir, además del pensamiento. Todas estas habilidades se complementan entre sí.

El momento en que un niño reconoce que ya es capaz de escribir y leer por sí mismo, es muy especial puesto que ocurre solamente una vez. Ese momento único resulta primordial para forjar la actitud que tendrá hacia la lectura posteriormente. Por tal motivo, es conveniente que los libros formen parte de la vida del niño antes de su ingreso a la escuela; es importante que los cuentos y los libros sean parte de sus juegos y de sus actividades recreativas diarias. Y en todo esto los padres juegan un papel muy especial.

Antes de pensar en acercar a los niños a los libros, los padres pueden iniciar a sus hijos en el placer de escuchar, de oír cómo los libros y las palabras que de ellos surgen se transforman en historias, en cuentos, en canciones y en poemas; estos momentos de escucha atenta constituyen las bases para descubrir las claves de la lectura y la escritura. Posteriormente, cuando el niño madura un poco más, se interesa por conocer todo acerca del lenguaje escrito y hablado, pues presiente que se trata de una forma de comunicación bastante útil, misma que se propone comprender y descifrar con el fin de aprender a utilizarla como lo hacen sus padres. Por ello, es necesario que los padres de familia practiquen la lectura en forma cotidiana. Dado que los niños tienden a imitar las acciones de los adultos que más estiman, si los padres de familia no están inmersos en el gusto por la lectura, no podrán persuadir a sus hijos al respecto.

Los padres necesitan prepararse. Si no tuvieron acceso a la escuela, pueden aprender de manera autodidacta, y si tuvieron la fortuna de realizar estudios, cuentan con muchas ventajas. Un camino para adentrarse ellos mismos en la lectura puede ser la literatura infantil, ya que les servirá además para conocer y ubicar los materiales, los títulos, los autores que pueden compartir con sus hijos.

Es conveniente que tengan paciencia y crean en los beneficios de la lectura. Fomentar el gusto por la lectura es aprender a predicar con el ejemplo: significa utilizar los diccionarios y enciclopedias; comentar libros después de leerlos; es tener un conjunto de libros para leer y releer; es comunicar a los demás miembros de la familia por qué son sus libros favoritos y qué es lo que encuentran interesante o emocionante en cada lectura.

Los padres de familia son quienes tienen en sus manos la grata responsabilidad de motivar y alimentar los deseos de leer de sus hijos, y en la medida en que se comprometan en explorar y orientar al niño en el disfrute de la palabra, aumentan las posibilidades de que éste llegue a ser un lector y se adueñe de su propia lengua en toda su riqueza. Asimismo, un niño que encuentra el gusto por leer amplía sus posibilidades de comprender mejor el mundo, a los demás y a sí mismo.




Encho era un famoso narrador de historias. Sus cuentos de amor conmovían el corazón de sus oyentes. Cuando relataba lances de guerra, era como si los que le escuchaban estuviesen ellos mismos en el campo de batalla.
Un día, Encho se encontró con Yamaoka, un hombre que se había convertido en maestrodel budismo zen.

Tengo entendido –dijo Yamaoka– que eres el mejor cuentista de la comarca y puedes hacer que la gente ría o llore a voluntad. Me gustaría que me contases la historia del niño melocotón. De pequeño, mi madre solía contármela en la cama, y yo me quedaba dormido en medio de la narración. Quiero que me la cuentes como lo hacía ella.

Encho no se atrevió a intentarlo en aquel momento. Pidió a Yamaoka que le dejase algún tiempo para prepararse.

Varios meses después fue a verlo y le dijo:

Dame ahora la oportunidad de contarte la historia del niño melocotón –y empezó a hacerlo.

Vuelve otro día –le interrumpió Yamaoka.

Decepcionado, Encho siguió estudiando y lo intentó de nuevo. Yamaoka lo rechazó varias veces más.

Cuando Encho empezaba a hablar, lo interrumpía en el acto diciendo:

No lo haces aún como mi madre.

Pasaron cinco años antes de que el cuentista fuese capaz de narrar la historia a Yamaoka tal como su madre se la había contado.

Así enseñó Yamaoka el zen a Encho.


López, Guillermo, El libro de los cuentos del mundo.
Barcelona RBA Libros, 2001, 317 p

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