IGUAL QUE EL MATRIMONIO



Historias de Lectura



Por: Ma. Teresa Figueroa Damián. ®
Ganadora del X Concurso Nacional "Historias de lectura", en 2007.



Las tardes nubladas, de lluvia intermitente y leve me recuerdan otra tarde.

José, mi esposo había estado con malestar por varios días pero ese día se sentía aún peor. Ya había ido al IMSS varias veces pero su situación no mejoraba. Esa tarde decidimos ir a Urgencias. Encargué a una vecina que cuidara a nuestros niños y salí a buscar un taxi que nos llevara al hospital. De la mesa del comedor casi inconcientemente tomé un libro.

En urgencias la espera fue corta, el médico ordenó que se trasladara a mi marido al Hospital Regional que está en Coatzacoalcos, más o menos a hora y media de distancia de Acayucan, donde vivíamos. Era febrero, mes que en la región es período de los llamados nortes, soplaba un viento frío y caía una llovizna pertinaz.

Demoramos una o dos horas haciendo trámites administrativos, trayendo y llevando expedientes, solicitando firmas y sellos que son necesarios para estos casos. José no se quejaba, únicamente se veía sin ánimo, sin voluntad, con una indiferencia que me asustaba más que si hubiera mostrado dolor.

La ambulancia nos condujo de una manera rápida y eficaz. Mi esposo iba en la camilla y yo en una pequeña banca que estaba a un lado. A través de la ventana entre la cortina de lluvia veía los potreros con ganado, los cañaverales, los manchones de ceibas y de parotas, finalmente los pantanos me indicaron que estábamos llegando a Coatzacoalcos.

La entrada al hospital de una ambulancia es angustiante. Cesó el sonido de la sirena que nos había acompañado durante todo el trayecto, los paramédicos abrieron desde fuera las puertas y de inmediato bajaron la camilla que velozmente desapareció tras unas puertas de cristal.


- No puede entrar, me dijeron.

Me dieron la ropa de José:

-Vaya a la Sala de Espera, ahí le llamarán.


La sala de espera del hospital estaba fría, había hileras de asientos casi todos ocupados. Las personas tenían aspecto de cansancio pero sobretodo de incertidumbre, porque quienes estábamos ahí hubiéramos deseado que nos dijeran de inmediato el estado de nuestro familiar, el diagnóstico, el tratamiento… esa información tarda en llegar un tiempo que parece interminable.

Me senté en una de aquellas sillas y me di cuenta de que sentía un nudo de angustia, de soledad y de tristeza justo en la boca del estómago. La lluvia no dejaba de caer. Llevaba varias horas sin comer y busqué algún dulce en mi bolsa, ahí mis manos tropezaron con el libro, lo abrí al azar:


“También otros soportaron el antiguo peso de la vida,

Y otros hicieron también este largo viaje...

Hermano, nadie es eterno y nada perdura.

Tenlo presente en tu corazón y alégrate, hermano.”

Aquellas palabras me estaban hablando a mí. Recuerdo que lloré despacio, suavemente porque lo que leía no sólo expresaba tristeza, sino paz, consuelo:


“Es preciso un gran silencio para ensayar

Una perfecta armonía.

El amor debe abandonar sus juegos para apurar

La copa del dolor y renacer en el cielo de las

Lágrimas.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.”


Seguí leyendo y poco a poco fui sintiendo que aquella angustia se iba disipando, sentí como si alguien estuviera a mi lado, no estaba sola, quien había escrito el libro estaba conmigo, hablándome, acariciándome suavemente con sus palabras, diciendo que la vida estaba ahí y que José y yo teníamos la fortaleza para afrontar lo que ésta nos diera.

Fue una noche muy larga. A las 5 de la mañana me avisaron que mi esposo se encontraba mejor y que sería enviado a piso. Por la mañana podría verlo. Había parado de llover y el sol empezaba a brillar como una sonrisa. Leí la última poesía del libro:


“¿Quién eres tú, lector, que dentro de cien años

Leerás mis versos?...

Te deseo que sientas, en la alegría de tu corazón

La viva alegría que floreció una mañana de primavera,

Cuya voz feliz canta a través de cien años.”


Por primera vez en toda la jornada me pregunté quién habría escrito aquel texto que tan amorosamente me acompañó durante esa noche. Vi el libro. Era “El Jardinero” de Rabindranath Tagore.

Aquella fue la primera de muchas noches que ha habido en nuestra vida. A José le detectaron una enfermedad crónica que está siendo controlada pero que con frecuencia lo lleva a ser hospitalizado y a mí a pasar mucho tiempo en las Salas de Espera del IMSS.

Conozco la angustia y la incertidumbre de las largas jornadas de espera, pero nunca de la soledad, porque igual que con José: en lo próspero y en lo adverso, en la salud y la enfermedad siempre hay un libro que me acompaña.



Fuente: http://salasdelectura.conaculta.gob.mx



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