El fomento a la lectura: predicar con el ejemplo

® Rosely E. Quijano León

http://www.poresto.net


Sin duda alguna, uno de los problemas educativos más importantes en la actualidad (y del que muchos docentes nos quejamos, pero poco hacemos) es la falta de hábito a la lectura. Como se sabe, esto conlleva un sinfín de problemas más como la incapacidad de comprensión lectora y la apropiación del conocimiento. Más allá de buscar culpables, porque la lista sería interminable y además, para eso de buscar culpables los mexicanos somos buenísimos, debemos hacer algo, y qué mejor que contagiar el entusiasmo de la lectura.

Es verídico que los seres humanos actuamos de acuerdo con imitaciones constantes y somos seres de hábitos, ya que todo lo que hacemos, decimos, vestimos, comemos, etc., parten de modelos que, la mayoría de las veces, son inculcados en el hogar, y otros, en la escuela o en otros entornos. Luego entonces, el problema de la falta de hábito a la lectura está en que como maestros, padres de familia, gobernantes, etc., no predicamos con el ejemplo, así de sencillo. Los niños no verían la televisión si en su casa no hubiera televisor y sus padres no la vieran. A la inversa sucede con la lectura, la gente no lee porque en los hogares muchas veces no hay libros, los papás no leen, los maestros en la escuela no leen y el resultado es obvio.

En los pocos años que tengo de experiencia como docente, he encontrado y escuchado un sinfín de pretextos del porqué los jóvenes no leen, pero algo verdaderamente inverosímil y verídico, es que muchos no tienen libros (de ningún tipo) en su casa; y es que realmente, las veces que se les ha prestado libros o se les ha dado algunos textos para leer, los leen y hasta piden más. Entonces me he dado cuenta que el afirmar que no leen por flojos o por apáticos, en muchos casos, no es real. Tal vez se podría afirmar en jóvenes que tienen todos los recursos para ir a una librería y comprar uno o varios libros, o que incluso, tienen una gran cantidad en casa y aún así no leen, pero en este caso no, son jóvenes de un nivel socioeconómico que no les permite darse ese “lujo”, aunque yo le diría esa “necesidad”.

Leer nos enriquece culturalmente, entre otras bondades que nos ofrece la lectura y que pocos conocen. Pues bien, los que las conocen tienen una misión, y no sólo para los que se dedican a la docencia, sino también para padres de familia, tíos, amigos, etc. la misión es contagiar el gusto por la lectura, como menciona Emmanuel Alvarado en su ensayo titulado “La importancia del lenguaje en el fomento a la lectura”: “Siempre será mejor que los nuevos lectores se den cuenta de lo felices que nos hacen los libros a través de nuestro entusiasmo, de nuestras sonrisas y de la pasión que le imprimimos al comentarlos... Pero no como diciendo: “Yo sí lo entiendo, yo sí soy capaz de comprender algo que tú difícilmente lograrías” (2007:23-24).

Esta cita me recuerda mucho a algunos ex compañeros de escuela que hoy se creen los grandes escritores que la historia de la literatura yucateca estaba esperando, y que se vanaglorian de los libros publicados a su corta edad, pero seguramente nunca han hecho el trabajo de fomentar la lectura, de “contagiar el hábito”, de acercarse a los simples mortales lectores que podrían potencialmente leer su obra; para ellos esto no es importante, no les interesa quiénes y cuántos leen sus libros, entonces, sinceramente creo que éstos son un fracaso; un libro sin lectores (sin contar claro a sus parientes, admiradores y amiguísimos íntimos que fomentan su egocentrismo) es un severo daño a la naturaleza y una contribución al calentamiento global.

Ahora, por otro lado, recuerdo a muchos maestros que dedican su trayectoria docente a fomentar y contagiar el hábito de la lectura, profesores que nunca publicaron ni escribieron un libro, que nadie conoce, pero que en el trayecto de su carrera lograron contagiar a sus alumnos. Por mencionar un ejemplo tenemos el caso del poeta Carlos Pellicer, quien dedicó gran parte de su vida a la docencia y se dice que, junto con otro escritor, Daniel Cosío Villegas, iban los sábados y domingos a “evangelizar” en materia de letras a los vecinos de una vecindad de Peralvillo. Personalmente puedo recordar a dos o tres maestros, seguramente todos tuvimos por lo menos uno, que inculcaron en mí ese hábito, mismo que trato todos los días de transmitir en mis alumnos, y no es tarea fácil, mucho menos con todo el desarrollo tecnológico que hay hoy. Pero como dicen por ahí: “No hay peor lucha que la que no se hace”, así que a todos los lectores: “a contagiar con el ejemplo”.

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