¿Quiere promover la lectura? No enseñe nada, muestre su pasión





Para saber cómo se forma un lector, habló con obreros jubilados y con presos. Aquí, dice que es mejor no controlar la lectura y buscar el placer.


Por Nora Viater ®
15/10/11
www.clarin.com


Yo hacía intervenciones en una cárcel de Caracas. Trabajábamos con libros que nos cedía una editorial, por lo que los ejemplares estaban a disposición de los presos. Un día, uno de los detenidos se fugó y se llevó una sola cosa con él: el libro, su libro”. Este relato lo escuchó el sociólogo francés Michel Peroni, contado por una mujer que trabaja como promotora de lectura en cárceles de Venezuela. En 2003, Peroni publicó Historias de lectura (FCE), un libro escrito a partir de relatos de vida de obreros jubilados y de presos franceses, una búsqueda motivada por el deseo de comprender los diferentes factores que intervienen en la formación de un lector. Pero sin ingenuidad: las mejores intenciones, la voluntad, no garantizan nada . Invitado al seminario “Basta de anécdotas” (ver “Las estrategias...” ), Peroni participó de la mesa “Lectura y reinsercion social”.

¿Es posible abrir un espacio –mediar– para que alguien, un grupo o una comunidad, ame un objeto, en ese caso un libro, y se apropie de él como aquel preso venezolano? Dice Peroni: “Esta mujer lo contaba como un logro que justificaba su trabajo. Pero en el fondo, ¿qué significa esta historia? Uno imagina que este joven que se fugó con su libro, nunca volverá a la cárcel. Se puede imaginar eso, pero no es más que una fantasía, una hipótesis”. Peroni, que vive en la ciudad de Lyon, trabaja en el Centro de Investigación y de Estudios Sociológicos Aplicados de Loira, en Saint-Etienne, Francia.

Peroni cree que toda sociedad es ambivalente: hace una cosa y lo contrario al mismo tiempo. Integra y, al mismo tiempo, excluye. Con los libros, con la lectura, puede ocurrir algo parecido. Para Peroni está muy bien democratizar el acceso al libro. Pero ojo: “No basta con eso, el libro no tiene esa potencia. Y muchas veces, cuando creemos que estamos favoreciendo la emancipación, en realidad hacemos lo contrario”, dice.

¿Por qué le interesó escribir un libro basado en los relatos de la clase obrera y de los presos? Ese trabajo es de fines de los años 80 y en esa época había una apuesta sociologica, un desafío a investigar entre quienes se definían como “lectores débiles”. En ese tiempo la sociología de la lectura era esencialmente cuantitativa. Teníamos este esquema: los grandes lectores eran más bien gente que tenía un capital social y cultural importante, los lectores medios, de las capas medias, y los otros correspondían a las capas desfavorecidas de la sociedad. Había una especie de fatalidad y, al mismo tiempo, un interés sociológico por ir a comunidades que podían ser definidas como de “lectores débiles”.

¿En qué medida la narración les permitió darse un lugar diferente? Yo no adhiero a esta concepción catártica, terapéutica. Cuando iba a las cárceles, hablaba de libros, con gente que no le daba importancia a la lectura. Pero hablábamos, me contaban su historia... construían un relato biográfico en el que estaba presente la lectura. Ellos también tenían algo para decir.

¿Como es posible formar y sostener un espacio comunitario de lectura, fuera del ámbito escolar? Es un gran desafío. Porque hay una forma de ver la lectura como un hecho cultural, y hay una manera de promover, incluso con muy buenas intenciones, una normatividad de la lectura, de la buena lectura, que no es la perspectiva que conviene si lo que se pretende es que la lectura sea emancipadora. No hay otra salida sino la exploración colectiva de lo que es posible para cada comunidad. Y hay que aceptar que la gente no tenga ganas de leer, hay gente a la que nunca le va a gustar leer. En cambio, la pregunta es qué se puede hacer puntualmente alrededor de la lectura, del libro y de la vida cotidiana. ¿Qué podemos hacer juntos? Esa obstinación por imponer aquello que se supone “la buena lectura” sería una mirada “contra emancipatoria”, como usted define.

Por supuesto. El promotor de lectura es un amateur , no en el sentido de lo opuesto al profesional sino de alguien que comparte su pasión. Es lo contrario del pedagogo, porque éste pretende controlar los efectos que produce, mientras que el promotor no busca el control; no le va a pedir a usted que se apasione con la lectura, pero expone esa pasión. Hay algo ahí que es muy sugestivo. El motor es la pasión, no es la educación ni la cultura, que tienen otro espacio y otra lógica. Porque lo que es fundamental es la relación que se consigue armar y el colectivo que se constituye. Es la historia que vivirán juntos.


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