© José Antonio Millán
Un personaje del escritor fantástico H. P. Lovecraft emprende la búsqueda de una ciudad con cuyas cúpulas doradas en el sol de la tarde había soñado tantas veces. Perdido entre las marañas de callejuelas puede, por fin —gracias al auxilio de una mágica llave de plata—, acceder a ella. Cuando lo logra, descubre que no es otra que su propia ciudad natal: manifestada o revelada bajo una nueva luz.
Sí: la ciudad onírica estaba dentro de su ciudad real (podemos extrapolar nosotros ahora) como el conocimiento está dentro de la información: agazapado, polvoriento, esperando la llave mágica.
Y ya es hora de revelar nuestro secreto: la llave mágica del conocimiento es la lectura. Será necesario repetirlo, porque estamos subyugados por la magnitud y las virtudes de los nuevos prodigios tecnológicos, y al tiempo deberemos reaprender las potencialidades y las maravillas de algo que consideramos trivial, sólo porque lo poseemos ya, y porque nos acompaña desde hace muchísimo tiempo.
La lectura es la capacidad de los humanos alfabetizados para extraer la información textual. (Existe también la "lectura de las imágenes" de la que habremos de hablar igualmente...) Y es hora de avanzar la tesis central de estas páginas: la lectura es la llave del conocimiento en la sociedad de la información.
La colosal acumulación de datos que ha constituido la sociedad digital no será nada sin los hombres que los recorran, integren y asimilen. Y esto no será posible sin habilidades avanzadas de lectura.
Es cierto que el acceso a la información digital exige nuevos saberes. Algunos de ellos antes estaban confinados a profesiones muy especializadas (los documentalistas, los bibliotecarios). Pienso en la capacidad de manejar bases de datos, en la utilización de palabras clave para las búsquedas, en el uso de operadores booleanos en la indización de la documentación propia... Todo ello es real: son saberes nuevos, antes reducidos a una práctica profesional, y hoy necesarios hasta para el escolar que prepara un trabajo. Pero además de ellos, y vitalmente necesarios para la conversión de las informaciones halladas en conocimientos, está la habilidad tradicional de lectura.
Que no nos extrañe: el desarrollo humano no avanza en zigzag ni a saltos, sino que normalmente construye sobre lo anterior. La lucha por comprender y utilizar las nuevas tecnologías digitales exige muchas cosas nuevas, sí; pero presupone las antiguas. Y la más importante de ellas es la lectura.
¿Qué hay en la lectura?
La lectura es una habilidad de un tipo muy desarrollado: de hecho es la suma de varias habilidades psicológicas que se adquieren y se ejercitan a edad temprana. Como ocurre con las facultades humanas que usamos desde siempre (la maravilla del lenguaje, de la percepción visual), es difícil darnos cuenta cabal de su complejidad.
La lectura comprende, en un principio, la capacidad de discernir una letra de otra: ¿qué tienen que ver las siguientes formas entre sí?
Poco: y sin embargo todas son la a. ¡Qué entrenamiento visual y gráfico, qué finura de apreciación requiere identificar los signos a través de tipografías, tamaños y características diferentes!
A continuación, está la habilidad para leer bloques completos de letras: las palabras. Como los lectores de este texto son avanzados en la tarea, no reparan en la forma en que la están realizando. Los lectores avanzados no leen letra a letra, sino que más bien reconocen las formas típicas, globales, de cada palabra y las interpretan en conjunto:
Y no para ahí la cosa: somos capaces de descifrar no sólo la palabra en la que fijamos la vista, sino además las que se encuentran a sus costados:
Pues bien: los lectores que no llegan a este estadio de lectura por bloques no han alcanzado el pleno desarrollo de la habilidad. Leerán despacio y mal...
Más maravillas: las letras convocan sonidos en nuestra mente, pero los lectores avanzados leemos en silencio. Esto es nuevo en la historia: no ha sido siempre así. Durante muchos siglos la lectura, incluso la lectura solitaria, fue siempre en voz audible. ¿Cómo lo sabemos? Un pasaje de las Confesiones de San Agustín (siglo IV d.C) nos relata el asombro que sintió cuando sorprendió a San Ambrosio leyendo en soledad... ¡en completo silencio!
Las personas con escasas habilidades lectoras murmuran cuando leen. Otras no emiten ningún sonido, pero practican lo que se conoce como subvocalización: su glotis se mueve imperceptiblemente. Ni unas ni otras han interiorizado la conversión directa de texto en significado, y por lo tanto son lectores defectuosos y poco hábiles.
Dar forma a la información
Y ya es hora de que avancemos un paso más, y de camino nos acerquemos a lo que es el auténtico objetivo de estas páginas. En realidad, nuestra forma de leer actual —rápida, silenciosa, eficiente— fue surgiendo en paralelo al desarrollo de lo que hoy llamaríamos tecnologías editoriales. Los lectores de antiguos manuscritos leían en voz alta, entre otras cosas porque los textos estaban escritos sin separación de palabras:
intenteustedsihaceelfavorleerestaristradeletrassinpronunciarla
A medida que avanza la construcción del espacio gráfico y tipográfico en los libros, aumenta la finura de la información suministrada; a medida que los procedimientos de representación textual se refinan, los sistemas de lectura avanzan, mejoran y se automatizan. Es una dialéctica entre mejoras tecnológicas y habilidades psicológicas: en su desarrollo mutuo llegan a la evolución y eficiencia que conocemos en el libro y la lectura modernas... Ambas han crecido juntas.
Los desarrollos editoriales y tipográficos fueron preparando el terreno para lograr una extracción de información rápida y eficiente. Por una parte se crearon tipos de letra claros y legibles. Por otra, se desarrollaron diseños de página adecuados a las capacidades de lectura (líneas sin demasiados caracteres, blancos para dar descanso visual). Al tiempo, se crearon los primeros dispositivos de interactividad textual avant la lettre: márgenes amplios para acomodar los comentarios manuscritos del lector, páginas en blanco para sus adiciones y comentarios....
La producción de las obras reforzó estas características facilitadoras de la lectura: papeles de un color claro uniforme (pero no tan blancos como para que la luz reflejada hiriera los ojos); impresiones claras y nítidas, encuadernaciones que permiten el manejo cómodo de la obra...
Los recursos tipográficos ayudaron desde muy pronto a que el lector comprendiera la jerarquía de los contenidos. La división en capítulos con sus títulos y apartados estructuró las obras. Las notas al pie, las apostillas y el cuerpo menor permitieron diferenciar al texto principal de los elementos laterales, o menos importantes. Las entradas de los capítulos, los cuadros sinópticos y los esquemas resumieron la información para una consulta rápida.
Mientras tanto, la paginación permitió crear índices de contenido, y su unión con la ordenación alfabética creo los índices analíticos. Todas las tecnologías de acceso interno a la información estaban dispuestas, y pervivieron con pocas modificaciones durante cinco siglos.
Los lectores avanzados, aliados con estos dispositivos refinados de apoyo a la lectura, buscaron, encontraron y compartieron información, y crearon durante mucho tiempo la cultura de nuestra sociedad.
Hasta aquí
Bien: llegados a este punto, el lector ya debería tener claras ciertas cosas, que pasamos a recapitular:
* el manejo de la información en la sociedad actual exige capacidades desarrolladas de lectura
* la lectura es una suma de habilidades complejas
* la forma editorial de los libros ha contribuido al desarrollo de esas habilidades, y al tiempo las favorece
En la segunda parte iremos más allá: cómo la lectura permite no sólo la construcción del conocimiento, sino también su comunicación. Y para finalizar exploraremos la consecuencia natural de estas premisas: los colectivos que quieran afianzar su posición en la sociedad de la información deben favorecer la lectura. ¿De qué manera?
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