La primera editorial de Vuelta escrita por Octavio Paz en 1976 advertía de la necesidad de la crítica ante una realidad que más que representada era presentada a través de la literatura; mostrar las aristas no era el objetivo, sino mas bien, se trataba de dar una visión panorámica sobre cómo la realidad se encuentra articulada y cómo cada una de sus partes constituyen un todo en constante ebullición. Y aunque a las generaciones que prosiguieron nos tocó ver cómo el editor Paz coqueteó sin pudor alguno con El Poder, es de reconocerse que su labor editorial estuvo fincada en la experiencia que le dejó dirigir varias revistas de corte literario, labor que incluso puede compararse, según Roberto Calasso, con la labor literaria que lo llevó a obtener el Nobel de literatura.
Nuestro asunto, sin embargo, no es con Paz sino con esta revista que trae trasfondos y entretelones que sólo son posibles por el vínculo que Tomás Ramos representa como editor y que de no ser así, hoy no hablaríamos de esta revista Arenas Blancas, porque entre Nuevo México y Yucatán existe la misma relación que hay entre un topo y una oruga, aunque no faltará quien diga que todo depende de la interpretación.
En este sentido, lo que une a Yucatán con Las Cruces, ahí en Nuevo México, sólo podría ser nuestra entrecomillada condición de “Periferia” porque aquí desde estas lajas yucatecas y allá desde las arenas blancas del desierto, la actividad cultural y crítica se sigue ejerciendo, se sigue generando sin importar “El Centro”, así como en su momento García Márquez marcó la pauta y desde Aracataca, lejos de Bogotá en Colombia, nos mostró la soledad más desoladora que Latinoamérica no podía vivir jamás: la de su dispersión, la de su quebranto y fractura, la de su consecuente ensimismamiento.
Es por eso que un proyecto editorial, a estas alturas del partido, no puede ser una suerte de ningún tipo, ni siquiera una escaramuza literaria que publique textos solitarios o que no lleven entre líneas la crítica pertinente. De esta manera la función del editor retoma su dimensión original de concebir una unidad a partir de textos disímiles en género o incluso en temática, un trabajo de parto tan sufrido la mayoría de las veces que el oficio de editor bien podría compararse con el que realiza una comadrona.
Tomás ha fungido como tal para intentar la luz del diálogo y de la reflexión, labor que hemos seguido de cerca desde su inicio como editor en la revista Andanzas y Tripulaciones de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY que no sólo conjugó crítica y creación literaria sino que también dio cabida a trabajos de investigación sobre temas antropológicos, hecho que abrió un espacio fuera del salón de clases para la formación de los estudiantes.
Pero además, la dinámica de la revista ofreció un punto de aproximación entre todas las carreras de la facultad, de tal manera que la publicación sirvió como puente entre las licenciaturas de Historia, Literatura Latinoamericana, Comunicación Social y Antropología, cualidad que no debe subestimarse y que tiene que ponerse en práctica en cualquier proyecto editorial.
Trabajo de parto y de inteligencia sobre todo para saber cuestionar los textos, tejer un diálogo, saber que va y que no. Es difícil: el editor se enfrenta a una suma de complicaciones en el proceso de edición que van desde mediar entre lo que se quiere y lo que realmente se puede hacer, pasando por las correcciones ortotipográficas incluyendo quejas y reclamos que surgen siempre aunque traten de preverse todos los detalles. Por eso un proyecto editorial tiene que respaldarse por un consejo editorial eficiente, Octavio Paz lo tuvo y de ahí quizá su mérito. Con él estuvieron Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Gabriel Zaid y José de la Colina, entre otros.
El trabajo en equipo, no obstante, no implica camaradería y compadrazgo, por el contrario, exige un producto bien estructurado como es el caso de Arenas Blancas que en su número 9 correspondiente a la primavera del 2008 presenta una pequeña muestra de la producción literaria y crítica hecha en Yucatán. Textos del poeta José Díaz Cervera, el dramaturgo Ivy May, y los investigadores Carlos Bojórquez y Denis Pech, son algunos de los autores yucatecos que podemos leer en esta edición y que confluyen con otros trabajos tanto del Norte de México como de diversos países que ponen el diálogo literario sobre la mesa.
Esta apertura que muestra el consejo editorial de la revista, formado principalmente por estudiantes de la maestría de la Universidad Estatal de Nuevo México, ahora encabezados por Tomás, ha permitido que la publicación siga traspasando fronteras y vaya contribuyendo a que las discusiones realmente relevantes dejen ese aislamiento al que se ven orilladas precisamente porque las dinámicas culturales prestan más atención a lo que se genera en los centros de poder.
Es importante señalar cómo el trabajo colectivo realizado con inteligencia y sobre todo con esta visión de equidad siempre generará resultados positivos que refuerzan la integración de las culturas. Por eso Arenas Blancas hoy es un puente monumental donde convergen las ideas y los sentimientos no sólo de sus colaboradores sino también del lector quien sin duda es parte fundamental de esta exposición y debate de ideas.
Quisiera recalcar que la noción de trabajar creando lazos o puntos de encuentro entre las diferentes individualidades a manera de red, poco a poco se ha ido convirtiendo en una herramienta eficaz contra el divisionismo, contra la dispersión que nos ha tenido vulnerables a través de los años.
Esta mecánica de trabajo es fácil de asimilar comprendiendo las estructuras cotidianas que operan de esa manera. Si miramos cómo funciona una hamaca, por ejemplo, entenderemos que en la medida que un hilo se entrelaza con otros pierde su fragilidad característica para emprender una resistencia inigualable.
Es por eso que apostar a un trabajo que mira a la pluralidad y a la convergencia de ideas y de visiones de mundo siempre será bien recibido con los brazos abiertos de la crítica. La crítica que tanto insiste Paz se traduce en la capacidad de no aceptar cualquier imposición que contravenga el desarrollo de la humanidad; de ahí que el mismo poeta mexicano afirme que “una nación sin crítica es una nación ciega”, a lo que tendríamos que añadir, que una nación que insiste en su ceguera es una nación condenada a repetir sus mismos errores y fracasos.
Nuestro asunto, sin embargo, no es con Paz sino con esta revista que trae trasfondos y entretelones que sólo son posibles por el vínculo que Tomás Ramos representa como editor y que de no ser así, hoy no hablaríamos de esta revista Arenas Blancas, porque entre Nuevo México y Yucatán existe la misma relación que hay entre un topo y una oruga, aunque no faltará quien diga que todo depende de la interpretación.
En este sentido, lo que une a Yucatán con Las Cruces, ahí en Nuevo México, sólo podría ser nuestra entrecomillada condición de “Periferia” porque aquí desde estas lajas yucatecas y allá desde las arenas blancas del desierto, la actividad cultural y crítica se sigue ejerciendo, se sigue generando sin importar “El Centro”, así como en su momento García Márquez marcó la pauta y desde Aracataca, lejos de Bogotá en Colombia, nos mostró la soledad más desoladora que Latinoamérica no podía vivir jamás: la de su dispersión, la de su quebranto y fractura, la de su consecuente ensimismamiento.
Es por eso que un proyecto editorial, a estas alturas del partido, no puede ser una suerte de ningún tipo, ni siquiera una escaramuza literaria que publique textos solitarios o que no lleven entre líneas la crítica pertinente. De esta manera la función del editor retoma su dimensión original de concebir una unidad a partir de textos disímiles en género o incluso en temática, un trabajo de parto tan sufrido la mayoría de las veces que el oficio de editor bien podría compararse con el que realiza una comadrona.
Tomás ha fungido como tal para intentar la luz del diálogo y de la reflexión, labor que hemos seguido de cerca desde su inicio como editor en la revista Andanzas y Tripulaciones de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la UADY que no sólo conjugó crítica y creación literaria sino que también dio cabida a trabajos de investigación sobre temas antropológicos, hecho que abrió un espacio fuera del salón de clases para la formación de los estudiantes.
Pero además, la dinámica de la revista ofreció un punto de aproximación entre todas las carreras de la facultad, de tal manera que la publicación sirvió como puente entre las licenciaturas de Historia, Literatura Latinoamericana, Comunicación Social y Antropología, cualidad que no debe subestimarse y que tiene que ponerse en práctica en cualquier proyecto editorial.
Trabajo de parto y de inteligencia sobre todo para saber cuestionar los textos, tejer un diálogo, saber que va y que no. Es difícil: el editor se enfrenta a una suma de complicaciones en el proceso de edición que van desde mediar entre lo que se quiere y lo que realmente se puede hacer, pasando por las correcciones ortotipográficas incluyendo quejas y reclamos que surgen siempre aunque traten de preverse todos los detalles. Por eso un proyecto editorial tiene que respaldarse por un consejo editorial eficiente, Octavio Paz lo tuvo y de ahí quizá su mérito. Con él estuvieron Juan García Ponce, Salvador Elizondo, Gabriel Zaid y José de la Colina, entre otros.
El trabajo en equipo, no obstante, no implica camaradería y compadrazgo, por el contrario, exige un producto bien estructurado como es el caso de Arenas Blancas que en su número 9 correspondiente a la primavera del 2008 presenta una pequeña muestra de la producción literaria y crítica hecha en Yucatán. Textos del poeta José Díaz Cervera, el dramaturgo Ivy May, y los investigadores Carlos Bojórquez y Denis Pech, son algunos de los autores yucatecos que podemos leer en esta edición y que confluyen con otros trabajos tanto del Norte de México como de diversos países que ponen el diálogo literario sobre la mesa.
Esta apertura que muestra el consejo editorial de la revista, formado principalmente por estudiantes de la maestría de la Universidad Estatal de Nuevo México, ahora encabezados por Tomás, ha permitido que la publicación siga traspasando fronteras y vaya contribuyendo a que las discusiones realmente relevantes dejen ese aislamiento al que se ven orilladas precisamente porque las dinámicas culturales prestan más atención a lo que se genera en los centros de poder.
Es importante señalar cómo el trabajo colectivo realizado con inteligencia y sobre todo con esta visión de equidad siempre generará resultados positivos que refuerzan la integración de las culturas. Por eso Arenas Blancas hoy es un puente monumental donde convergen las ideas y los sentimientos no sólo de sus colaboradores sino también del lector quien sin duda es parte fundamental de esta exposición y debate de ideas.
Quisiera recalcar que la noción de trabajar creando lazos o puntos de encuentro entre las diferentes individualidades a manera de red, poco a poco se ha ido convirtiendo en una herramienta eficaz contra el divisionismo, contra la dispersión que nos ha tenido vulnerables a través de los años.
Esta mecánica de trabajo es fácil de asimilar comprendiendo las estructuras cotidianas que operan de esa manera. Si miramos cómo funciona una hamaca, por ejemplo, entenderemos que en la medida que un hilo se entrelaza con otros pierde su fragilidad característica para emprender una resistencia inigualable.
Es por eso que apostar a un trabajo que mira a la pluralidad y a la convergencia de ideas y de visiones de mundo siempre será bien recibido con los brazos abiertos de la crítica. La crítica que tanto insiste Paz se traduce en la capacidad de no aceptar cualquier imposición que contravenga el desarrollo de la humanidad; de ahí que el mismo poeta mexicano afirme que “una nación sin crítica es una nación ciega”, a lo que tendríamos que añadir, que una nación que insiste en su ceguera es una nación condenada a repetir sus mismos errores y fracasos.
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