Por Jorge Cortés Ancona ®
En este año que concluye se están cumpliendo 50 años del fallecimiento de Luis Rosado Vega (Chemax, 1873-Mérida, 1958). De este poeta, narrador, ensayista, cronista, dramaturgo, historiador y estudioso de la cultura maya hay mucho de qué hablar. Intentaré en este caso señalar unos muy, pero muy someras líneas a donde pueden apuntar los estudios acerca de su obra. Entre estas líneas figuran los temas tratados y los modos en que los abordó, sus propuestas explícitas e intenciones manifestadas con sus escritos y el trasfondo ideológico de sus textos, sobre todo en relación al futuro de los mayas yucatecos. Remarco que esta nota apenas llega a boceto de ideas.
En el prólogo de su libro El alma misteriosa del Mayab (1934) señala que intenta hacer “una recopilación metódica del folklore regional yucateco”, procurando el “conocimiento psicológico del antiguo pueblo maya”. Este proyecto se relaciona con el mundo prehispánico y colonial enfocándose en el alma popular yucateca. A la vez que hace evidente sus ideas estéticas, también considera a los mayas como “el pedestal americano”, considerando que la civilización maya se encuentra ligada a las más antiguas de la Humanidad, lo cual es parte del firme empeño suyo en vincular a los antiguos mayas con los pueblos de Extremo Oriente.
A pesar de que manifiesta borrar toda intención de brillo literario con miras a popularizar las tradiciones mayas, hace uso sin embargo de numerosos recursos de estilo, a veces recurriendo al paralelismo, para lograr una claridad expresiva.
Luis Rosado Vega fue durante varios años director del Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán, donde tuvo acceso a información valiosa además de la que de primera mano obtuvo de boca de los indígenas. Ello le permitió conocer con amplitud las concepciones filosóficas de los mayas a las que hace referencia a menudo.
Un tema recurrente es el de la pervivencia de los mayas, considerados en función de una lucha social que los hará recuperar su esplendor. El indio maya “sabe que sus antiguos dioses, sus dioses únicos, sus dioses naturales, no han caído ni caerán nunca” y “bien sabe que los pueblos no mueren mientras sus idiomas permanecen vivos”. En este caso el prólogo de Amerindmaya (1938) constituye una declaración de fe en la vigencia del poder de los mayas.Son numerosos los caminos por dónde dirigirse en su vasta obra. Me encanta su versión de la Xtabay, que da para jugosas interpretaciones, ya que la prostituta, la pecadora, que es la Xkeban, termina siendo después de muerta la mujer buena y ejemplar mientras que la mujer virgen y bella, Utz-colel, la que rechaza a los hombres y es considerada como virtuosa por la sociedad, termina siendo la mala, la putrefacta, porque “la virtud está en el corazón y no en las acciones de los hombres precisamente…”. En sus otras referencias a la Xtabay aparecen de modo oblicuo cuestiones ligadas a la masculinidad y sus valores.
Habría que analizar las relaciones de su visión del venado (en El alma misteriosa del Mayab) con el reconocido poema de Clemente López Trujillo. Atender a sus referencias a las poblaciones del oriente del Estado como Valladolid, Izamal, Chemax y todo lo referente al entonces Territorio de Quintana Roo. Ignoro en qué medida se han estudiado los relatos que tienen como tema a los chicleros, en cuyo caso su novela Claudio Martín, vida de un chiclero se uniría a Tierra del chicle, de Ramón Beteta para encabezar un análisis del que hay muy escasas muestras.Bastante hay que decir de Rosado Vega. Quizá en ocasión posterior hablemos de algunos tópicos suyos dignos de remarcarse.
Por esto!, miércoles, 10 de Diciembre de 2008
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