® Por Jorge Cortés Ancona
En su libro Lo que ya pasó y aún vive, Luis Rosado Vega hace un recuento de hechos muy diversos. Fue publicado por la editorial Cvltvra en 1947 y a lo largo de 16 capítulos asistimos a las diversiones y costumbres de la época que le tocó vivir. Desfilan circos, ferias, viajes, personajes populares, la temporada de Progreso, en fin… Con mucha amenidad y su acostumbrado estilo sencillo, propicio a una comunicación inmediata, nos ilustra y entretiene.
El libro está lleno de anécdotas destacables y es una buena fuente de información para acercarse a la vida cotidiana yucateca de otros tiempos.
Destaco algunas escenas que me llaman la atención. Una es la sabiduría de un pariente suyo respecto al caminar, la otra un caso de trasvestismo del propio poeta y la tercera una pelea por culpa del baño en aguas no deseadas.
En Chemax, don Luis se encuentra a uno de sus viejos antepasados, hombre corpulento y alto, de 90 años con aspecto patriarcal. Cuando le pregunta si conoce Mérida, contesta que no, pero que sí conoce Valladolid. Y a la pregunta acerca de por qué no conoce Mérida, responde con estas palabras que constituyen toda una conseja: “Porque no he podido llegar a ella… Vea usted, si conozco Valladolid es porque he podido ir hasta allí por mis propios pies. Porque yo creo que si Dios le dio al hombre los pies es para que use de ellos caminando, y sólo debe llegar hasta donde sus pies se lo permitan. Lo demás es pecado. Nunca he usado otro medio de transporte. Ni el caballo, ni el coche, ni el ferrocarril, ni ninguno otro me han servido nunca. He ido hasta donde mis pies lo han permitido. Esos otros medios de viajar son malas invenciones del hombre, que contravienen la ley de Dios. Y así he sido feliz…”.
Lo del trasvestismo es toda una curiosidad. Por aquello de que la mejor manera en que un varón podía viajar en bolán era con ropa de mujer para que no se le subieran los calzones al cuello por razón de los tumbos y resbalones, Rosado Vega decide hacer la prueba. En sus palabras: “…me procuré en Santa María una amplia bata de señora, y con ella sobre el cuerpo la emprendí a Tixpehual, junto con mi primo Manuel. Y así entré en aquella población, vestido como una comadre y arrastrando la bata. Y vuelta a Valladolid, pero sin más incidentes, y ya sin bata…”.
La otra tiene que ver con esa malsana costumbre aún existente en Mérida de andar arrojando agua y otros líquidos a la calle desde diversas alturas y por diversos medios: cubetazos, manguerazos, etc. La siguiente escena, presenciada por nuestro autor, se desarrolla en el barrio de Santiago donde vivía, “un nidal completo” a su decir, por aquello de las esquinas de “El Nido” y “La Paloma” y las tiendas “El Huevo” y su competencia en la contraesquina llamada “El Otro Huevo”.
Dice don Luis: “En medio de aquellos dos huevos se desarrolló la tragedia. Sucedió que alguien regaba a cubetazos, cuando acertó a pasar un individuo que fue bañado. Se armó camorra, pero ya no con palabrotas, sino a bofetada limpia. Paró en que furioso el transeúnte le arrebató al otro el cubo y se lo encasquetó en la cabeza en tal forma que el regador no podía desprenderse de aquel casco romano, porque su cabeza era típicamente yucateca, y comenzó a dar cabezadas como un toro ciego. Ladraron los perros, corrieron asustados los niños, salieron a sus puertas las vecinas, silbaron las gentes que estaban en la tienda de ‘El Huevo’ y también las que estaban en ‘El Otro Huevo’”. Todo concluyó con los policías llevándose a los rijosos ante el jefe de la policía.
Sí que se divertía el poeta con esas andanzas por campo y ciudad. Y uno las lee y las siente vivas.
El libro está lleno de anécdotas destacables y es una buena fuente de información para acercarse a la vida cotidiana yucateca de otros tiempos.
Destaco algunas escenas que me llaman la atención. Una es la sabiduría de un pariente suyo respecto al caminar, la otra un caso de trasvestismo del propio poeta y la tercera una pelea por culpa del baño en aguas no deseadas.
En Chemax, don Luis se encuentra a uno de sus viejos antepasados, hombre corpulento y alto, de 90 años con aspecto patriarcal. Cuando le pregunta si conoce Mérida, contesta que no, pero que sí conoce Valladolid. Y a la pregunta acerca de por qué no conoce Mérida, responde con estas palabras que constituyen toda una conseja: “Porque no he podido llegar a ella… Vea usted, si conozco Valladolid es porque he podido ir hasta allí por mis propios pies. Porque yo creo que si Dios le dio al hombre los pies es para que use de ellos caminando, y sólo debe llegar hasta donde sus pies se lo permitan. Lo demás es pecado. Nunca he usado otro medio de transporte. Ni el caballo, ni el coche, ni el ferrocarril, ni ninguno otro me han servido nunca. He ido hasta donde mis pies lo han permitido. Esos otros medios de viajar son malas invenciones del hombre, que contravienen la ley de Dios. Y así he sido feliz…”.
Lo del trasvestismo es toda una curiosidad. Por aquello de que la mejor manera en que un varón podía viajar en bolán era con ropa de mujer para que no se le subieran los calzones al cuello por razón de los tumbos y resbalones, Rosado Vega decide hacer la prueba. En sus palabras: “…me procuré en Santa María una amplia bata de señora, y con ella sobre el cuerpo la emprendí a Tixpehual, junto con mi primo Manuel. Y así entré en aquella población, vestido como una comadre y arrastrando la bata. Y vuelta a Valladolid, pero sin más incidentes, y ya sin bata…”.
La otra tiene que ver con esa malsana costumbre aún existente en Mérida de andar arrojando agua y otros líquidos a la calle desde diversas alturas y por diversos medios: cubetazos, manguerazos, etc. La siguiente escena, presenciada por nuestro autor, se desarrolla en el barrio de Santiago donde vivía, “un nidal completo” a su decir, por aquello de las esquinas de “El Nido” y “La Paloma” y las tiendas “El Huevo” y su competencia en la contraesquina llamada “El Otro Huevo”.
Dice don Luis: “En medio de aquellos dos huevos se desarrolló la tragedia. Sucedió que alguien regaba a cubetazos, cuando acertó a pasar un individuo que fue bañado. Se armó camorra, pero ya no con palabrotas, sino a bofetada limpia. Paró en que furioso el transeúnte le arrebató al otro el cubo y se lo encasquetó en la cabeza en tal forma que el regador no podía desprenderse de aquel casco romano, porque su cabeza era típicamente yucateca, y comenzó a dar cabezadas como un toro ciego. Ladraron los perros, corrieron asustados los niños, salieron a sus puertas las vecinas, silbaron las gentes que estaban en la tienda de ‘El Huevo’ y también las que estaban en ‘El Otro Huevo’”. Todo concluyó con los policías llevándose a los rijosos ante el jefe de la policía.
Sí que se divertía el poeta con esas andanzas por campo y ciudad. Y uno las lee y las siente vivas.
Por esto!, sábado 13 de diciembre de 2008.
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